lunes, 6 de septiembre de 2010

¿Ceder ante el terror?

Por: Eduardo Pizarro Leongómez

Septiembre 5 de 2010

Tras el brutal asesinato con sevicia de los 14 carabineros de la Policía Nacional en Doncello (Caquetá) por parte del frente 15 de las Farc -comandado por alias 'Wílmer'-, ha habido múltiples reacciones.

Por una parte, monseñor Rubén Salazar, presidente de la Conferencia Episcopal, señaló que este hecho "nos hace tomar conciencia de la urgencia de que en el país cese el conflicto, y el camino para que ello ocurra debe ser el diálogo. No bastan las soluciones militares". Por otra parte, el Ministro de Defensa expresó que este acto de barbarie cerraba las puertas, al menos por ahora, de una negociación política.

¿Quién tiene la razón? ¿El obispo o el ministro? Sin duda, monseñor Rubén Salazar expresa un deseo profundo de todos los colombianos: el fin del conflicto armado por la vía de la negociación política. Pero ese sueño comenzó hace 25 años y se ha convertido en una pesadilla. Ese año, en el campamento principal de las Farc en La Uribe (Meta), se firmó el acuerdo de paz con el gobierno de Belisario Betancur. Luego, hubo varios intentos: Caracas, Tlaxcala, San Vicente del Caguán.

Y todos los acercamientos han terminado en un fiasco y en un agravamiento del conflicto armado. Las razones de los fracasos recurrentes fueron múltiples, pero la más importante ha sido, sin duda, la decisión de las Farc de utilizar los procesos de paz para fortalecerse militar y políticamente. Como dijo en algún momento Enrique Santos Calderón, a las Farc les encantan las negociaciones de paz, pero odian la paz.

Tras esa larga letanía de fracasos continuos en las negociaciones con las Farc y el Eln, sería inconcebible volver a caer en la trampa. Por ello, creo que el Ministro de Defensa tiene toda la razón.

Primero, no debemos ceder jamás ante el terrorismo. El ex consejero de paz Daniel García-Peña sostiene que "análisis internacionales de casos en otros países señalan que, en la antesala de los acercamientos con miras a un diálogo, las partes del conflicto tratan de fortalecerse militarmente. Creo que a las Farc sí les interesaría una eventual aproximación, pero no en cualquier término, menos en un diálogo basado en su rendición". Es decir, según García-Peña, a pesar del dolor que le producen las muertes de los agentes de policía, considera normal que este tipo de acciones ocurran e, incluso, señalan una voluntad de negociación. No creo en este argumento. La escalada de violencia no responde a la voluntad de las Farc de crear un ambiente de negociación, sino a intentar mantener viva una organización que día a día languidece en la selva.

Segundo, ante una historia de negociaciones fracasadas a lo largo de 25 años, es fundamental cambiar radicalmente el modelo de paz. En el pasado no se le exigía nada a la guerrilla. Incluso, se hablaba de "agendas abiertas" y, en algunos casos, de negociaciones en medio de la confrontación. Este modelo de negociación sólo ha generado frustración. Ahora, para que un eventual proceso tenga viabilidad -ante una opinión pública escéptica y un país que ya no traga entero ni cede ante el terrorismo-, la guerrilla debe mostrar con gestos creíbles su voluntad de paz.

Es decir, actos como los de Doncello (Caquetá), que antes abrían puertas ante una opinión pública atemorizada, ahora las cierran con un portazo indignado.

Si las Farc quieren tender puentes para una negociación deben, en primer lugar, cesar totalmente las acciones criminales. En segundo lugar, deben liberar de manera unilateral a los soldados, policías y civiles secuestrados. En tercer lugar, deben comprometerse a respetar integralmente las normas del Derecho Internacional Humanitario, que prohíbe las minas antipersonales, la toma de rehenes, el secuestro y el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes. Si las Farc no aceptan estas condiciones mínimas, ceder ante el terror es recorrer caminos que ya constituyeron en el pasado un estruendoso fracaso.

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